CUENTO LA MÁQUINA
DEL TIEMPO.
Willy estaba haciendo los deberes de matemáticas en su
habitación. Estaba muy aburrido. Se levantó de la cama y miró por la ventana al
jardín en el que su perro, Max, correteaba de un lugar a otro olfateando algo. Willy
se preguntó qué sería lo que buscaba Max. Tras unos minutos observando a su
perro, el niño regresó al escritorio y continuó intentando resolver los
complicados problemas de matemáticas que el maestro había mandado como tarea
para el fin de semana.
Sin embargo, Willy estaba cansado, ¡era viernes! ¡quería jugar
en el jardín!, pero su mamá lo había castigado porque el día anterior había
roto su jarrón favorito mientras jugaba a la pelota. ¡Qué aburrido estaba!.
Volvió a asomarse a la ventana y observó que Max continuaba buscando algo entre
las hierbas del jardín, sin embargo no parecía encontrarlo. ¡Pobre Max!,
parecía un poco triste. En ese preciso momento, la mamá de Willy entró en la
habitación del niño y le dijo que se tenía que ir a casa de su abuelita porque
estaba enferma y le iba a llevar una tarta de manzana recién hecha. Le advirtió
de que no saliese de su habitación y de que no abriese a nadie hasta que ella
llegase. Su papá no tardaría en llegar del trabajo. Willy se despidió de su
mamá y regresó junto a su escritorio, sin embargo, esperó unos minutos hasta
que oyó como la puerta de la calle se cerraba de un portazo y entonces salió al
pasillo para comprobar que su mamá no estaba. Willy regresó a su habitación y
volvió a mirar por la ventana.
¡El pobre Max continuaba buscando algo pero no lo encontraba!,
¡tenía que ayudarlo!. De repente Willy tuvo una idea. Abrió el armario y sacó
su disfraz de explorador. Cogió su sombrero y unos prismáticos y bajó corriendo
las escaleras, atravesó la cocina y salió al jardín. Max se volvió a mirarlo y
fue corriendo a su encuentro, el niño le acarició las orejas y el perro se puso
a dos patas y le lamió la cara con alegría. Willy había decidido que iba a
ayudar al perro a encontrar el extraño objeto que buscaba.
Comenzó a examinar detenidamente el suelo pero no veía nada.
Entonces pensó que la mejor manera de buscarlo sería en la misma posición que
su amigo: a cuatro patas. Willy comenzó a caminar con las rodillas y la palma
de las manos por todo el jardín. Cuando llevaba unos minutos caminado, Willy vio
algo a los lejos, cerca de un árbol. Parecía una ardilla. Willy, que adoraba
los animales, se olvidó por un instante de su misión y continuó caminando a
cuatro patas hasta el lugar donde se encontraba el animalito. Justo cuando
estaba a punto de llegar, Max notó algo duro bajo sus manos. No era tierra ni
hierba. Apartó unas hojas y descubrió una puerta de hierro. Willy casi gritó de
la alegría, cogió un palo y comenzó a dar golpes a la cerradura hasta que ésta
se acabó abriendo.
El niño miró en el interior: era una puerta secreta que llevaba
al laboratorio de papá. Willy siempre le pedía a su papá que lo dejase entrar
pero éste nunca le dejaba. El niño dio un salto y entro dentro del laboratorio.
Era enorme y había una mesa larga cubierta de botes con líquidos, una
estantería muy alta llena de libros y… al fondo del cuarto, Willy observó algo
que llamó su atención. Era un objeto enorme cubierto con una sábana blanca.
Willy se acercó y la destapó. Observó con la boca abierta que aquel objeto se
trataba de una máquina del tiempo. Reconoció el objeto porque lo había visto en
las películas.
Lleno de entusiasmo abrió la puerta y entró dentro. Era de color
blanco y plateado y había muchos botones. Willy deseó que funcionase, como en
las películas, sin embargo dudaba de que así fuese. Creyéndose el protagonista
de su película favorita, el niño agarró una palanca negra y la elevó hacia
arriba. De repente, la puerta se cerró sola y la máquina comenzó a temblar con
pequeñas descargas. Willy se asustó y comenzó a dar golpes a la puerta pero
ésta no se abrió. Tenía miedo. Todo empezó a dar vueltas y se estaba mareando.
El niño cerró los ojos muy fuerte y se sentó en una esquina tapándose los
oídos, esperando que todo pasase y la puerta se abriese. De repente, todo se quedó
quieto. Willy abrió los ojos y se puso de pie. Empujó la puerta y ésta se
abrió. El niño sonrió y salió fuera. Willy observó con la boca abierta el
paisaje: no estaba en su casa sino en una selva, y justo en frente de él había
un dinosaurio bañándose en un río. Willy no podía creer lo que estaba viendo.
El niño sintió miedo y se sentó a la sombra de un árbol a llorar. En ese
instante, algo le tocó la pierna. Cuando el niño miró quién había sido, un
simpático y agradable Diplodocus lo miraba desde las alturas. Con voz suave y
femenina, le preguntó qué le ocurría. El niño respondió que se había metido en
una máquina del tiempo y que había aparecido allí.
El dinosaurio hembra le dijo que se calmase y que no llorase y
le dijo su nombre: Laila. El niño le dijo que se llamaba Willy y que quería
volver a su hogar. Laia le dijo que era la Señora Diplodocus y que estaba
esperando a que sus hijos volviesen del colegio. Willy sintió curiosidad por
conocer a los hijos de Laila y ella lo invitó a merendar con ellos prometiéndole
que lo iba a ayudar. Willy fue con Laila hasta su cueva y allí, esperaron
juntos. Cuando las crías de la Señora Diplodocus llegaron se pusieron muy
contentos de tener un invitado para merendar. Laila sirvió bizcochos de
verduras para todos, pues ellos no comían carne. Los hijos de Laila se llamaban
Tommy y Ailin, y eran gemelos.
Los pequeños dinosaurios estaban extrañados, pues nunca habían
visto a nadie de la especie de Willy, entonces éste les contó que venía del
futuro. Laila le contó que se encontraban en la era Mesozoica, concretamente en
el periodo Jurásico. Willy recordó que habían estudiado aquella época en clase
la semana pasada. Había retrocedido unos ciento setenta millones de años en el
tiempo. Mientras Willy le contaba esto a Laila, a Tommy, y a Ailin, el Señor
Diplodocus llegó de su trabajo. Laila le presentó a Willy a su marido y éste lo
saludó simpático, su nombre era Karl. Laila le dijo a Willy que quizá su esposo
podría ayudarle a regresar a su hogar. Willy le contó su historia al Señor
Diplodocus y entonces éste le contó que existía un lugar llamado la laguna
Mágica el cual escondía en el fondo una piedra preciosa llamada:
La piedra de los Deseos, y que podía conceder cualquier deseo,
pero solo uno a cada ser o sino la piedra perdería su poder. Willy le pidió a
Karl que lo ayudase a encontrar esa laguna y la piedra que escondía para poder
volver a casa con sus papás. El Señor Diplodocus le dijo que lo iba a ayudar y
que esa misma noche se pondrían en camino. Cuando salió la luna, Willy y el
Señor Marx se internaron en la selva en busca de la Laguna Mágica. Caminaron y
caminaron durante horas bajo la luz de la luna. De repente oyeron un ruido, el
Señor Marx le dijo a Willy que debían esconderse pues el malvado Tiranosaurio
Rex merodeaba por allí. Willy se subió a un árbol con la ayuda del Señor Marx y
éste se ocultó tras unas hojas. Al cabo de un rato, el malvado y terrorífico
animal había desaparecido. El Señor Marx y Willy reanudaron la marcha.
Continuaron caminando durante dos horas más. Willy comenzaba a
temer que el Señor Marx se hubiese perdido, sin embargo éste le explicó que
conocía bien el lugar pues su abuelo y su padre habían sido guardianes del
lugar y lo habían llevado allí cuando era pequeño. Nadie más conocía el lugar. Cuando
ya salía el sol, por fin llegaron a la Laguna mágica. El lugar era
precioso, como en un sueño. El agua era de un color rosa brillante y los
árboles de color azul y naranja. La hierba era morada y el cielo amarillo. Todo
parecía como salido de un cuento. El Señor Diplodocus, un gran nadador, se
internó bajo las aguas brillantes durante varios minutos. Al cabo de un rato
salió del agua con una piedra del tamaño de la cabeza de Willy y de un color
púrpura intenso. El Señor Marx colocó la pesada piedra en el suelo y le dijo a
Willy que pidiese rápido su deseo pues estaba amaneciendo y cuando salía el
sol, la piedra se convertía en arena hasta que llegaba la noche de nuevo. Willy
agradeció al Señor Marx su ayuda y le pidió que saludase a su familia de su parte.
Entonces puso sus manos sobre la piedra, cerró los ojos y pidió volver a su
casa. De repente todo se volvió borroso y Willy comenzó a marearse hasta que se
desmayó.
Cuando abrió los ojos, estaba tumbado en su cama con el libro de
matemáticas en las manos. Debía de haberse quedado dormido. ¡Qué maravilloso
sueño había tenido!, se levantó de un salto, abrió la puerta y bajó corriendo
las escaleras hasta llegar al salón. Su papá estaba tomando el té mientras leía
el periódico sentado en el sofá, y su mamá todavía no había regresado de casa
de su abuela. Willy abrazó a su papá y éste le revolvió el pelo con cariño. El
niño pidió permiso a su papá para salir al jardín a jugar con Max antes de que
anocheciese. Su papá le dijo que sí. Willy salió al jardín y llamó a Max pero
éste no estaba.
El niño se extrañó, pues el animal siempre iba a su encuentro.
Entonces Willy vio que el perro estaba detrás de un árbol, escarbando con sus
patas en la tierra. Willy imaginó que Max ya había encontrado eso que tanto
buscaba. Se acercó corriendo y llegó junto al animal justo cuando éste
desenterraba el objeto. Max observó sorprendido que se trataba de un hueso
gigante, enorme. Willy llamó a su papá para que fuese a ver el descubrimiento,
pues era Paleontólogo además de Inventor, esto significaba que además de
inventar cosas extrañas, su papá estudiaba la Historia anterior a la existencia
del ser humano. El papá de Willy observó sorprendido el hallazgo: se trataba de
un hueso de dinosaurio que había habitado en aquellas tierras hace cientos de
millones de años. Willy no podía creer lo que su papá le estaba contando.
Entonces recordó el tamaño de su amigo El Señor Marx y le dijo a su papá si
podía tratarse del hueso de un Diplodocus.
El papá de Willy se quedó mudo de la sorpresa y le preguntó a su
hijo como sabía algo así, pues estaba en lo cierto. Willy sonrió y le dijo a su
papá que lo había visto en un sueño. El papá del niño le acarició la cabeza y
le dio la mano a su hijo, entonces oyeron la voz de la mamá que ya había llegado.
Juntos fueron a contarle lo que habían encontrado pero mientras atravesaban el
jardín, Willy tropezó con algo que parecía un candado de una puerta
subterránea. Entonces el niño recordó el laboratorio, la máquina del tiempo, a
la familia Diplodocus, la Laguna Mágica y la Piedra de los Deseos. No, no había
sido un sueño. Willy sonrió. Había vivido una aventura digna de una película de
aventuras.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario